Pero el aprendizaje a veces fue doloroso, ya que en una ocasión de campamento, en plena época de lluvias y con tan solo 9 años, al recoger leña, le cayó la noche en plena oscuridad perdiendo el camino de regreso… la situación empeoró con el paso de las horas porque la batería de su lámpara se agotó y en lugar de acercarse al campamento se fue alejando; el nerviosismo, la ansiedad, la desesperación y un miedo mayúsculo comenzaron a ser presa de él, tanto, que le impedían poder usar su silbato… no paró de caminar, hasta que de pronto, a pesar de las lágrimas que cubrían su rostro, logró ver luz entre los árboles, aceleró el paso y conforme avanzaba, la luz brillaba más; el esfuerzo , el llanto ni el miedo impidieron que avanzara rápidamente, pero de repente se abrió el paisaje y vio una escena que simplemente lo dejó impactado: primero porque pudo haber sido lo último que vieran sus ojos: el desfiladero daba paso a un paisaje como nunca había visto alguno: estaba en lo alto de la montaña y un cielo completamente estrellado enmarcaba la brillante luna, la cual iluminaba de manera sumamente especial al Iztaccíhuatl completamente nevado. Inmediatamente la sensación de miedo se transformó en calma y casi inmediatamente después, el sonido de los silbatos anunciaba que sus compañeros lo habían por fin encontrado.
A partir de ese momento se prometió que cada que tuviera oportunidad, regresaría a ese mismo lugar, sitio que ha compartido solamente con sus seres más queridos.